Los Abel, de Ana María Matute

0
149

ATLAS LITERARIO – FRONTERAS Y DESPLAZAMIENTOS

Voces femeninas – España Siglo XX

Una casa en ruinas

Una familia. Una casa. Una desaparición. Así comienza el lento derrumbe que Los Abel (Destino, 1948) relata con una belleza inquietante. Ana María Matute, con apenas veintitrés años, escribió esta novela inaugural como si ya cargara con la memoria de generaciones rotas. La historia de los cinco hermanos Abel no es solo la de una familia golpeada por la ausencia, sino también la de una España interior silenciada, suspendida en una posguerra que se insinúa sin nombrarse.

Publicado en el mismo año en que Carmen Laforet ganaba visibilidad con Nada, Los Abel pasó en su momento más discretamente por el panorama literario español, aunque ya revelaba muchas de las obsesiones que acompañarían la obra posterior de Matute: la infancia como territorio herido, la familia como estructura frágil y opresiva, y la casa como microcosmos donde se despliegan los afectos y los desencuentros.

La novela se sitúa en un espacio geográfico deliberadamente vago —una ciudad provinciana del interior—, pero cargado de ecos reconocibles: casas señoriales venidas a menos, cafés antiguos, calles que evocan un tiempo suspendido. En esa geografía familiar y hostil, los personajes no solo habitan, sino que se consumen lentamente.

El padre que se fue

El motor narrativo es la desaparición del padre de los cinco hermanos Abel. Un día, sin explicación ni despedida, se marcha. A partir de ese instante, la familia queda expuesta, desprovista del centro simbólico y protector. Lo que sigue es una crónica del desgaste, no tanto por la falta material como por la implosión emocional.

Matute trabaja con la ambigüedad: no sabemos si el padre ha muerto, si ha huido, si ha sido expulsado. La novela se niega al esclarecimiento fácil. Importa menos el motivo que la herida. Cada uno de los hermanos —Miguel, Jaime, Paula, Luis y Paloma— reacciona de un modo distinto ante el vacío. El lector se convierte en testigo de esa lenta combustión, marcada por rencores soterrados, alianzas frágiles y silencios ensordecedores.

El punto de vista narrativo está deliberadamente descentrado. No hay una única voz, sino una multiplicidad de miradas fragmentarias que refuerzan la atmósfera de extrañamiento. Lo que podría haber sido una saga familiar se convierte en un relato de incomunicación, donde cada personaje vive su exilio sin posibilidad de retorno.

Espacio cerrado, mundo abierto

El lugar central de la novela es la casa familiar, un espacio que se va erosionando al compás de los vínculos entre los hermanos. Como en otras novelas de formación o de decadencia, la casa funciona aquí como espejo del estado emocional de sus habitantes: al principio parece contenerlos, pero acaba expulsándolos.

Esa casa no tiene nombre ni ubicación precisa, pero resuena con fuerza en el imaginario español del siglo XX. Matute se inspira en paisajes castellanos y catalanes que ella misma conoció en su infancia, sobre todo en los años previos a la Guerra Civil. Aunque Los Abel no menciona el conflicto de forma explícita, el contexto de fractura nacional y familiar es ineludible. La novela habla de una sociedad rota, atrapada entre el peso de lo perdido y la imposibilidad de recomponer lo que queda.

El desplazamiento en Los Abel no es tanto geográfico como emocional. No hay grandes viajes, pero sí un largo recorrido interior que aleja a los personajes del ideal de unidad y armonía. El Atlas Literario encuentra aquí un mapa íntimo: las habitaciones, las escaleras, los pasillos se convierten en paisajes psicológicos. El desplazamiento se produce hacia dentro, hacia una zona de sombra donde ya no hay brújula posible.

Mito y modernidad

Uno de los aspectos más interesantes de la novela es su tratamiento simbólico. El apellido de los personajes, Abel, no es casual. La referencia bíblica está cargada de sentido: si en el Génesis Caín mata a su hermano Abel, aquí asistimos a una repetición secular del mito, pero sin un asesino identificable ni una culpa definida. La violencia es más sorda, más cotidiana. No hay crimen, pero sí una lenta destrucción de los vínculos fraternales.

Matute construye así una relectura moderna del mito, en clave psicológica y social. En lugar de grandes gestos, encontramos pequeños actos de traición, negligencia o egoísmo. La familia se deshace no por una catástrofe puntual, sino por un proceso continuado de incomunicación. Esta forma de narrar el desarraigo entronca con la tradición europea de posguerra, en la que la novela se convierte en un espacio para pensar los vínculos rotos.

Una autora precoz, una voz madura

Que Ana María Matute publicase esta novela con apenas veinte años no debe inducir a pensar en una obra menor o inmadura. Muy al contrario, Los Abel destaca por su madurez estilística y su profundidad psicológica. La autora logra construir una prosa cuidada, sutilmente poética, que nunca cae en el sentimentalismo. La contención del lenguaje es uno de sus mayores logros: lo que no se dice resuena tanto como lo que se expresa.

Además, Los Abel ya anuncia lo que serán los grandes temas de su obra posterior: la infancia como territorio narrativo, la familia como núcleo conflictivo, la tensión entre realidad y fantasía, y una mirada profundamente ética sobre la condición humana.

Aunque la novela no obtuvo el reconocimiento inmediato de otras obras de la época, con el tiempo ha sido revalorizada como un texto fundacional dentro de la narrativa española de posguerra. Y con razón: en sus páginas se encuentra ya la potencia simbólica, la ambición literaria y la sensibilidad que definirán a Matute como una de las grandes autoras del siglo XX.

Desplazamiento sin movimiento

Desde la perspectiva del Atlas Literario, Los Abel representa un caso singular: una novela sin viajes, sin migraciones, sin huidas físicas, pero cargada de desplazamientos invisibles. Es una cartografía emocional, en la que los puntos cardinales son los afectos desbordados, las heridas familiares, la imposibilidad del reencuentro.

La ciudad en la que viven los Abel —aunque nunca se nombre— es reconocible para cualquier lector español: una ciudad pequeña, marcada por la rutina, por la vigilancia social, por el peso de la tradición. En ese escenario opresivo, los personajes buscan alguna forma de supervivencia emocional. Algunos la encuentran en el amor, otros en la evasión, otros en la resignación. Pero nadie logra salir indemne.

El mapa que dibuja esta novela no es geográfico, sino afectivo y ético. Por eso, su inclusión en el Atlas Literario resulta no solo pertinente, sino necesaria: porque amplía la noción de territorio más allá de los lugares físicos, hacia los espacios interiores donde se libran las batallas más silenciosas.

Bibliografía y referencias 

  • Matute, Ana María. Los Abel. Barcelona: Ediciones Destino, 1948. (Edición original)

  • Matute, Ana María. Los Abel. Barcelona: Austral, 2006. (Edición de bolsillo, con prólogo de José María Guelbenzu)

  • Guelbenzu, José María. “Prólogo” a Los Abel. Austral, 2006.

  • Freixas, Laura. Literatura y mujeres. Barcelona: Destino, 2000.

  • Tusell, Javier. La dictadura de Franco. Madrid: Alianza Editorial, 2005.

  • Sanz Villanueva, Santos. Historia de la literatura española (siglo XX). Madrid: Ariel, 2006.

  • García-Posada, Miguel. “Ana María Matute: la infancia herida”. El País, 27 de junio de 1998.

  • Fernández Palacios, María. “Familia, memoria y violencia simbólica en Los Abel de Ana María Matute”. Revista de Filología Española, vol. 101, 2021, pp. 105-126.

  • Álvarez, Amelia. La novela española de posguerra. Madrid: Cátedra, 2004.

REDACCIÓN por equipo Punto y Seguido

 

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí