EL BERRENDO Y EL COYOTE- Iñaki Sainz de Murieta.

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MITOS Y LEYENDAS DE LOS IK’HUE

Los presentes mitos y leyendas conforman el imaginario colectivo de la tribu de los Ik’hue, una nación norteamericana de carácter ficticio en la que se desarrolla la novela «Ik’hue – Lazos de sangre» (Verbum, 2024), obra del prolífico autor guipuzcoano Iñaki Sainz de Murieta.

EL BERRENDO Y EL COYOTE

Cuando los niños se comportan de manera inadecuada, las mujeres de más edad acostumbran a contar esta enseñanza:

Antes de los grandes incendios que secaron los ríos, una gran manada de berrendos pastaba tranquilamente en la llanura, sabiendo que no tenían nada que temer mientras el grupo permaneciese unido y alerta. Llegado el caso, gracias a su rapidez y a su extraordinaria resistencia, siempre podrían ganar en una carrera a cualquiera de sus enemigos, huyendo así tan lejos como quisieran del peligro. Así lo habían hecho desde el comienzo de los tiempos y les había funcionado bien como pueblo.

Sin embargo, no muy lejos de allí, un hambriento coyote los vigilaba desde su particular atalaya. Hacía semanas que no comía más que saltamontes y, de seguir así, a buen seguro que había de morir de hambre antes de la próxima luna nueva. A tal extremo había llegado, que en ocasiones discutía con los gruñidos de su propio estómago. Pero ya sabemos que el hambre también agudiza el ingenio.

Así, pues, en cuanto el coyote terminó de urdir su estratagema, se acicaló con sumo cuidado, hinchó su estómago y procedió a caminar a la pata coja hacia los animales, quienes no tardaron mucho en descubrir su presencia, cosa lógica, puesto que este tampoco ocultaba su intención de acercarse a ellos. Al contrario, quería que todos lo vieran y contemplasen con cuidado. Cuantos más, mejor.

El grueso de la manada comenzó a alejarse de él, apartándose de su camino, por más que el coyote los llamaba pidiéndoles que lo esperasen, asegurándoles que tan solo deseaba un poco de compañía hasta que se le curase su torcedura. Según él, llevaba días sin conversar con nadie y eso lo había entristecido enormemente, hasta el punto de hablar hasta con las flores, pero como ellos se alimentaban de ellas, ya no le quedaban casi amigos con quienes poder charlar.

Los más ancianos dudaban de la buena voluntad de la alimaña e instaban al resto a correr para alejarse de él, pero uno de ellos, muy joven e inocente, hizo caso omiso a sus consejos y ralentizó su paso para que el coyote pudiese caminar a su lado, quedando cada vez más alejado de los suyos, confiando ciegamente en ese animal del que tan mal le habían hablado siempre. El coyote empezó entonces a jugar con él, trotando entre sus patas, hasta que el juego dejó de serlo. La alimaña mordió la pata trasera a su compañero de viaje con todas sus fuerzas, hasta que consiguió tirarla al suelo y seccionarle los tendones. Ahora entendía el berrendo las sabias palabras de los mayores, pero ya era demasiado tarde para él. Volvió a levantarse sobre sus patas e intentó correr, pero una nueva dentellada, esta vez en el otro cuarto trasero, le impidió salir a la carrera. A partir de entonces las dentelladas volaron desde uno y otro flanco, sin que pudiera hacer nada por evitarlo.

A lo lejos, el resto de la manada observaba entristecida el cruel espectáculo, mientras recordaban a los más jóvenes que no debían fiarse de nadie que no perteneciese a su pueblo. Era demasiado tarde ya para el más iluso de sus hermanos. El coyote había sido más astuto que él y lo había pagado con la vida. Aquel fue el final del berrendo, que terminó en el estómago del coyote por ser demasiado confiado y creer en la buena voluntad de quien no tiene palabra.

© Iñaki Sainz de Murieta.

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