¿Qué nos dicen los símbolos que no se atreven a decir las palabras?
Un hombre lanza pintura roja sobre una escultura ecuestre en una plaza pública. Una joven aparece en televisión con un vestido hecho de banderas rotas. Unos estudiantes improvisan un altar en mitad de una calle para honrar a una figura literaria recién censurada. ¿Qué tienen en común estos gestos? Que no son discursos, sino signos: símbolos vivos que reclaman ser leídos, no interpretados al pie de la letra. En tiempos donde la información se multiplica pero el sentido escasea, es la dimensión simbólica —y su lectura desde la cultura— la que puede arrojar luz sobre los estados anímicos, las tensiones latentes y los deseos colectivos de nuestro presente. ¿Podemos, entonces, leer la actualidad como si fuera un texto literario cargado de símbolos?
Desde los mitos clásicos hasta las estrategias de marketing actuales, la cultura ha construido símbolos como una manera de organizar lo invisible: el miedo, la autoridad, el deseo, la otredad. Herederos de la tradición grecolatina, los europeos aprendieron a leer su historia a través de alegorías: el cetro como poder, la balanza como justicia, la espada como conflicto. En la literatura española, autores como Calderón de la Barca o Federico García Lorca elevaron esta lectura simbólica a una forma de arte: la rosa no es solo una flor; el caballo no es solo un animal; el sueño no es solo descanso, sino representación y destino.
Con la llegada de la modernidad, sin embargo, la capacidad de leer símbolos comenzó a erosionarse. La razón ilustrada, el auge de la técnica y la creciente literalización del lenguaje despojaron al mundo de sus metáforas. En palabras de George Steiner, vivimos una “pobreza simbólica”. No obstante, la cultura popular, los ritos civiles y la literatura contemporánea siguen utilizando el símbolo para expresar aquello que no puede decirse directamente: la angustia, la fractura social, la nostalgia de comunidad. En este contexto, y en plena aceleración de crisis (económica, climática, bélica, tecnológica), la mirada simbólica ofrece un lente no solo literario, sino también político. Porque si el mundo es un texto en crisis, la lectura simbólica es una forma de interpretación crítica.
Claves simbólicas de la actualidad cultural
El regreso de lo ritual: entre duelo colectivo y comportamiento de identidad. Desde las concentraciones en plazas con velas y canciones, hasta los actos espontáneos de luto público por personajes simbólicos (como ocurrió con la muerte de Pau Donés, o de Almudena Grandes), la sociedad actual regresa al ritual como espacio de afirmación identitaria. En un mundo saturado de pantallas, el cuerpo vuelve al centro del escenario simbólico. La performance, tanto en el arte como en las protestas sociales, se convierte en un acto de lectura pública: no se reclama tanto por lo que se dice, sino por lo que se representa. Un caso paradigmático fue la reacción cultural tras la erupción del volcán de La Palma (2021): mientras los medios hablaban de cifras, los ciudadanos organizaron procesiones, cantos, bailes tradicionales y redes simbólicas que transformaban el desastre en relato compartido. La cultura actuó como tejido de sentido, como escenificación de lo humano ante lo incontrolable. En palabras de María Zambrano, “la cultura comienza cuando el hombre empieza a defenderse del caos”.
Literatura y posverdad: la invención como forma de resistencia. La narrativa de la actualidad se disputa entre la sobreinformación y la ficción estructurante. En este terreno, la literatura española reciente ha ofrecido claves simbólicas para comprender la erosión de los relatos oficiales. Novelas como Lectura fácil de Cristina Morales (Edit. Anagrama) o Un amor de Sara Mesa (Edit. Anagrama) revelan cómo los márgenes construyen relatos alternativos, desvelando las estructuras de poder que se disfrazan de normalidad. Lo simbólico en estos textos no es ornamento, sino fisura: una grieta por donde se cuela la verdad incómoda. Mientras tanto, fenómenos como el resurgir del interés por la mitología clásica —visible en el éxito de autores como Irene Vallejo— demuestran que la sociedad busca referentes simbólicos estables, incluso en tiempos líquidos. Leer El infinito en un junco no es solo una experiencia estética, sino un gesto de resistencia ante el ruido: una forma de reencontrar sentido en la memoria cultural.
Símbolos políticos, símbolos poéticos: la batalla por el imaginario. Las luchas ideológicas actuales no se dan solo en el campo de las leyes o los presupuestos, también en el terreno del símbolo. ¿Qué bandera representa a quién? ¿Qué monumento se conserva o se derriba? ¿Qué lenguaje se considera violento o sanador? La retirada de estatuas, la relectura crítica del callejero o las campañas visuales en redes sociales son, en el fondo, luchas por el relato simbólico del presente. Desde esta perspectiva, el debate no es solo estético, sino ético. ¿Qué imaginario proyectamos como sociedad? ¿Qué símbolos heredamos sin cuestionar?
Autores como Antonio Muñoz Molina han alertado sobre el peligro de la simplificación simbólica: convertir al adversario en caricatura y al símbolo en consigna vacía. Frente a ello, la literatura debe ofrecer complejidad, ambigüedad, zonas de sombra. Porque el símbolo auténtico no adoctrina: interroga.
El cuerpo como territorio simbólico. En una época marcada por la biopolítica, el cuerpo se ha convertido en el último campo de batalla simbólico. Las decisiones sobre el aborto, la identidad de género, los cuidados o la sexualidad no son solo jurídicas o médicas, sino profundamente culturales. El cuerpo es leído, codificado, intervenido.
En la literatura contemporánea, esta lectura simbólica del cuerpo adquiere matices complejos. Autoras como Elvira Sastre o Luna Miguel exploran el cuerpo femenino como lugar de fractura y afirmación. En sus poemas, el dolor menstrual, el deseo poco usual, la enfermedad o el parto se convierten en escenas simbólicas de lo colectivo. Este giro simbólico del cuerpo recuerda la función sacrificial de los héroes trágicos: como Edipo o Antígona, los cuerpos de hoy denuncian, revelan, interpelan.
Leer el presente como un texto literario. Vivimos rodeados de signos. Algunos son impuestos, otros emergen desde abajo. En tiempos de confusión, acelerar no es avanzar: es desorientarse más rápido. Por eso, detenerse a leer los símbolos de la actualidad no es un ejercicio académico, sino un acto de supervivencia cultural. La literatura española, con su tradición simbólica densa y su vocación crítica, ofrece una herramienta inestimable para esta lectura. Frente a la literalidad del poder, el símbolo propone ambigüedad; frente al algoritmo, el poema; frente al dato, el mito.
Como escribió el poeta José Ángel Valente: “El símbolo no es sustitución, es revelación”. Si aprendemos a mirar de nuevo, quizás descubramos que lo que parece ruido es un mensaje cifrado. Y que el presente, leído desde la cultura, aún guarda claves para comprendernos.
© Anxo do Rego