Ese miércoles Javier se marchó a mitad de la clase de literatura por las agudas arcadas que sufría desde aquella mañana. Pasó muy mala noche. Pero fue salir a la calle, sentir la brisa de primavera en su cara y el joven se encontró mucho mejor.
Se agobió mucho en clase reparando en el pupitre de su amigo Gus vacío.
Sus padres sabían lo mal que lo estaba llevando su hijo, pero asumían que con el tiempo volvería a encauzar su ánimo. Que debía aprender a aceptar y normalizar la pérdida por muy dolorosa que fuera. No podían protegerlo de todo. El destino reparte las cartas. Conocían la fortaleza de su hijo y sabían que acabaría reponiéndose de la muerte de su amigo Gus.
Javier en un principio pensaba dirigirse a casa para esconderse bajo la manta y llorar hasta desahogarse, pero tuvo otra idea. Decidió visitar a Gustavo en su nuevo hogar. Antes pasó por una cadena de comida rápida y compró dos hamburguesas. No permitiría que su amigo se quedara sin comer.
Todo seguiría igual. Muchas veces a la salida del instituto lo visitaría con unas hamburguesas y dulces.
El móvil vibraba dentro de su bolsillo. Comprobó quién lo llamaba interrumpiendo sus pensamientos. Era Raúl. Observó la pantalla con ira. Javier cortó su llamada y apagó el móvil. ¿Para qué lo llamaba ahora? No se portó como un amigo. No sabía nada de él desde aquel cine que quedaron los cuatro. Ponía excusas estúpidas para quedar. Y el hecho de que no acudiera al entierro de su amigo el día anterior, era imperdonable. No señor. No iba a cogerle la llamada, ni a dirigirle la palabra jamás. Y que Fran no volviera a defenderle o a justificarle o también le haría la cruz.
Su profundo dolor dominaba su cabeza. Sentía una rabia profunda por la vida, por la muerte y por el hijo de puta que acabó con la vida de su amigo. Gustavo disponía de toda una vida por delante. Sabía de todos sus miedos e inseguridades, sí, pero Javier estaba allí para orientarle y reñirle las veces que hiciera falta. Deseaba que se acabara convirtiendo en un gran policía.
«Pero ahora solo eres carne putrefacta devorada por gusanos, un maldito cadáver en un agujero»
Javier dejó de caminar. Miraba al suelo fijamente. De repente se puso a llorar tapándose la cara con una mezcla de vergüenza, dolor y rabia. Cuando se calmó, siguió el camino hacia el nuevo hogar de su amigo. Las hamburguesas se enfriaban y a Gustavo le gustaba comerlas calientes con el queso muy fundido.
—Verónica Vázquez—