Ha pasado una noche desde que el hombre que no levantaba cabeza salió enfurecido de la peluquería de Ricardo insultándole. A primera hora de la mañana le está esperando a la puerta del establecimiento con un paquete en la mano.
—Buenos días —saluda el cliente al peluquero.
—Apártese y déjeme levantar el cierre.
—Le he dicho que buenos días.
—Y yo he dicho que se aparte.
—Ayer fui un grosero con usted y vengo a pedirle disculpas.
—Haber empezado por ahí. Buenos días. —El peluquero levanta la persiana y abre la puerta —. ¿Va a pasar o se va a quedar ahí como un pasmarote?
—Con su permiso. Si no tiene a algún cliente citado, quisiera que me quitara el tinte y ver cómo ha quedado.
—Eso está hecho. Siéntese en esta silla para lavarle el pelo. Se la voy a poner al revés para que apoye la barbilla en el lavabo. Coja esta toalla y póngasela alrededor del cuello, así no se mojará la camisa. Puede dejar el paquete en la otra silla.
—Es para usted; es un bizcocho que ha hecho Sonia. ¿Recuerda que le hablé de ella?
—¿Era la señorita que le esperaba al otro lado de la acera con un perro ayer cuando se fue?
—Sí.
—Pues es una mujer de bandera. Y magnífico el perrazo, un labrador de pura raza si no me equivoco. —El peluquero acepta el regalo y lo guarda en un armarito —. Le doy la enhorabuena por su novia que está requetebuena y por el perro, que ya me gustaría tener uno así; el mío se nos murió hace un mes y mi mujer y yo , desde entonces, andamos como usted, estamos que no levantamos cabeza. ¿No se irá a enfadar por lo que he dicho de su chica?
—No, ya me he dado cuenta de lo directo que es usted; creo que no lo hace con mala intención.
—¡Faltaba más! Eso nunca.
—Pues por eso le doy las gracias tres veces.
—Muchas me parecen.
—Verá, le doy las gracias por el piropo a mi novia y por darme la enhorabuena —al cliente se le mueve un poco la cabeza hacia arriba—, gracias porque ayer salí de aquí con la barbilla separada del pecho después de hacerme ver la muerte de mi madre de otro modo y gracias de nuevo si me acepta las disculpas.
—Disculpas aceptadas. —El peluquero le ofrece la mano y se presenta — Me llamo Ricardo.
—Yo, Gregorio. —El hombre que no levanta cabeza le estrecha la mano y se sienta en la silla para quitarse el tinte.
—Así da gusto empezar el día, Goyo. Dígame si está muy caliente —dice el peluquero cuando abre el grifo del lavabo.
—No me llame Goyo. Y el agua está fría.
—No fastidie. ¿Ya empezamos?
—No fastidio. No me llamo Goyo y ponga más caliente el agua.
—Ay, ay, ay…, mal comienzo.
—Rebobinemos, Ricardo. Me ha llamado Goyo cuando le he dicho que me llamo Gregorio; sé que lo ha hecho por ser amigable pero no me gusta que me llamen Goyo. Imagínese que yo le digo: ¡Venga Ricard, no se enfade conmigo!
—Pues si me llama Ricard, a lo mejor lo hago.
—Lo ve. Y si vamos al asunto del agua, es normal que si está fría se lo diga. ¿Verdad?
—Correcto.
—Y se habrá dado cuenta que esta vez no he usado el ¿me explico? que utilicé ayer a lo que usted me respondió que no era tonto.
—Correcto de nuevo.
—Pues no se me moleste ahora cuando le diga que me parece una moda sin sentido el uso indiscriminado que hace la gente como es su caso de la palabra “correcto” cuando se le hace una pregunta.
—Me sorprende Gregorio. ¿Es usted lingüista?
—A un lingüista no se le escaparía el “me explico”; se me ha pegado la maldita pregunta al final de cada cosa que digo.
—No exagere, sólo lo dijo una vez y fue ayer. —El peluquero termina de enjuagar la cabeza del cliente y le seca el pelo con una toalla. —En cuanto al abuso que hago del “correcto” tiene razón y a veces su uso me hace sentir ridículo. Le pongo un ejemplo: el otro día mi mujer me preguntó que si estaba resfriado y le dije “correcto”.
—¿A que he hecho bien en rebobinar?
—Muy bien, realmente bien. Es usted un buen interlocutor. Pase si quiere al sillón que le voy a peinar con el secador y vemos cómo le ha quedado el pelo. Una pregunta si me permite, ¿a qué se dedica?
—Ya le dije que me han echado del trabajo; era montador de aire acondicionado.
—Es verdad que me comentó algo. ¿Le puedo seguir preguntando?
—Pregunte todo lo que quiera. Es más, le voy a ser sincero: Sonia, visto el milagro que se produjo en mi cuello después de la charla que tuvimos, me ha dicho esta mañana que viniera a hablar con usted y que a ser posible saliera de aquí con la cabeza derecha.
—Y que quiere, ¿que cierre la peluquería para usted? Eso no lo puedo hacer.
—No hace falta que cierre. Yo me quedo sentado y usted hace que me corta el pelo. ¿Tiene algún cliente con hora para esta mañana?
—Deje que mire la agenda; hasta las doce no tengo a nadie.
—Pues tenemos casi dos horas para que le cuente mi vida y usted haga el milagro; desde luego le pago lo que haga falta.
—Con el dineral que me dio ayer, cubriría de sobra todo un día.
—Pues vamos a ello y, si entra alguien, usted haga el paripé y diga que tiene para rato.
—De acuerdo, ¿pero me da permiso para decir lo que se me venga a la cabeza?
—Mientras no me grite, diga palabrotas o me insulte, puede decir lo que le venga en gana. Y antes de empezar, ¿yo puedo hablarle como si lo hiciera a un amigo?
—Y tutearme si quiere.
—Hecho. Nos tuteamos.
Se abre la puerta de la peluquería y se oye una voz:
—Ricardo, ¿tienes para mucho?
—Vente esta tarde Josete; ¿te cojo hora a las cinco? —contesta el peluquero.
—De acuerdo —El peluquero anota la cita en la agenda.
—Comienzo entonces. Estábamos con lo de la muerte de mi madre —retoma la conversación el cliente.
—Correcto.
—¿A que te llamo Ricard?
—No, por favor. Mil perdones.
—Perdonado. Voy a empezar por contarte lo que pasó cuando aún no habían llegado los de la funeraria para llevarse el cuerpo de mi madre al tanatorio y mi exmujer se presentó en el piso dando órdenes: a Sonia le mandó que hiciera las maletas y a mí que fuera corriendo al banco a sacar el dinero de mi madre para no pagar a Hacienda.
—¡Qué máquina!
—Eso no es todo, sin ningún tipo de miramiento le quitó a mi madre la cadenita de oro de la Virgen que llevaba puesta y el anillo de casada del que nunca se separó desde que mi padre le dio el “sí quiero”.
—Eso ya no me parece mal.
—Tú eres idiota o qué te pasa. ¿Te digo que mi madre muere y viene mi ex para llevarse sus joyas y no te parece mal?
—Ya te estás pasando y más idiota hubieras sido tú si hubieras permitido que la enterrasen o la incinerasen con ellas puestas. ¿Le pediste las joyas a tu mujer?
—Desde luego.
—¿Y dejaste que echara a Sonia?
—No. Le dije que se quedará en el piso de mi madre el tiempo que quisiera.
—Bien hecho. Y con lo del banco, ¿qué?
—No la hice ni caso.
—Se pondría hecha una furia.
—Salió de casa de mi madre dando un portazo y después no quiso ir al entierro.
—¿Te dejó de dar la lata con la herencia?
—Qué va; siempre hacía planes usando el plural sobre cuánto dinero íbamos a recibir, en cuánto se podía vender el piso y la casa del pueblo, que qué íbamos a hacer con los muebles y así todos los días en el desayuno y en la cena dando la matraca. Los fines de semana era horroroso: me tuve que comprar una bicicleta y decirle que me iba a montar para no aguantarla.
—Eso de la bicicleta está muy bien y además lo de hacer ejercicio es bueno para la cabeza.
—Si yo no sé montar en bicicleta.
—¿Entonces?
—Todos los sábados y domingos a primera hora, con el equipo de ciclista completo: culote, maillot, zapatillas y gorra, cogía la bicicleta y me iba a casa de mi madre y volvía para la cena.
—Qué buen plan. ¿Así es como te liaste con Sonia, marcando paquete?
—Joder, Ricardo, no seas vulgar.
—Las cosas son como son: toreros y ciclistas siempre marcan paquete. Ah, y bailarines y gimnastas.
—Lo que tu digas, pero yo no estaba para esos menesteres. Fue cuando empecé a no levantar cabeza, primero la muerte de mi madre y después el acoso a que me sometía mi ex. Además, con la ola de calor de este verano, se dispararon las ventas de aire acondicionado y en el trabajo no dábamos abasto.
—Es verdad que ha hecho mucho calor este verano. Lo de los aires debe de ser un buen negocio; siempre lo he pensado, si tuviera que cerrar la peluquería me pondría a vender aparatos de aire por los pueblos. ¿Te has dado cuenta de que en las casas de los pueblos no hay casi ninguna con aire? Yo empezaría por Ávila y Segovia, que es lo que conozco.
—Si te parce continúo con lo mío.
—Si, perdona.
—Volviendo a lo del trabajo. Nos apretaban una barbaridad, llegaba cansadísimo a casa y mi mujer dale que te pego con lo que íbamos a hacer con tanto dinero, así un día tras otro y los fines de semana a casa de mi madre disfrazado de ciclista a ver la tele.
—Al menos disfrutabas de la compañía de Sonia.
—No la hacía ni caso; sólo le dirigía la palabra para darle las gracias cuando me traía la comida.
—Ah, ¿que no comíais juntos?
—No, me sentaba en el sofá frente a la televisión y salvo para ir al baño, no me levantaba; me pasaba el tiempo rumiando lo mal que estaba por culpa de mi mujer, la pena tan grande que tenía por la muerte de mi madre, es que todo el piso me recordaba a ella y, además, lo del trabajo, con un jefe que no paraba de llamarme al móvil con continuos encargos, que si tenía que trabajar más rápido, atender a los millonetis que exigían que fueras de inmediato a reparar sus máquinas de aire cuando se quedaban sin gas y entre el calor insoportable y la presión que tenía llegó una mañana en que no pude más y decidí no levantarme de la cama. Mi ex, muy práctica, me mandó a la Seguridad Social donde me dieron la baja por depresión. Cuando volví del centro de salud, me dijo que me tenía que ir de casa…
—Me alegro por ti.
—Hombre, que te alegres porque me echen de casa ya te vale.
—Te la quitaste de encima, que no es moco de pavo. ¿Qué motivo te dio para largarte?
—Me dijo que tenía un amante y que yo era poco hombre para ella. Como hasta ese momento pasaba el día trabajando y los fines de semana me iba con la bici, el piso lo tenía libre salvo las noches, pero al enterarse de la baja se le acabó el chollo.
—Ahora que lo pienso, lo tenía bien montado, sobre todo si el novio era sereno.
—Mira que eres vacilón; la gente ya no sabe lo que es un sereno. Volviendo al tema, ¿recuerdas que compró un perro para que no fuera mi madre?, pues también lo echó de casa.
—Me imagino que es el que vi ayer por la noche; ya te he dicho que me encantó el perrazo, ¡cómo echo de menos al mío!
—Le he cogido mucho cariño; cuando llego a casa, desde el ascensor, se oyen sus ladridos y tienes que ver cómo se pone cuando me ve.
—Sí, los perros son como seres humanos.
—A veces mejores. ¿Sabes que cuando ella me gritaba , él la gruñía y le enseñaba los dientes?
—¿También te gritaba?
—Una vez me fue a dar un bofetón y porque le cogí de la muñeca que si no me arreaba.
—Eso es violencia de genero.
—De eso dijo que me iba a denunciar como no la soltara el brazo. ¿Te lo puedes creer?
—Sí que me lo creo y tú has tenido suerte; más de uno se ha pasado tres días en el calabozo de la comisaría por una acusación falsa realizada un viernes.
—Eso es hilar fino.
—Ya ves, solo hay que esperar al viernes por la tarde para llamar al 112 y a partir de ahí lo que decida el comisario.
—Te veo muy puesto.
—Se lo hicieron a un vecino; su mujer mostró un cardenal que tenía en el brazo y se la lio gorda.
—Me dejas de piedra. De hecho, a mi mujer le salían moratones en los muslos y brazos, ella decía que era por la mala circulación, pero cuando me enteré de que tenía un amante…
—Pensaste que eran fruto de la pasión.
—Así es.
—Pues piensa que podías haber acabado con un poco de mala suerte en prisión; yo de ti a partir de ahora si la vuelves a ver que sea con alguien más que esté delante. No quiero meterte miedo, pero si una vez se le pasó por la cabeza lo de denunciarte…
—Tomo nota. Pero es indignante que, en la situación actual, con la de asesinatos de mujeres que hay, pueda haber alguien que se aproveche de la situación para hacer denuncias falsas.
—Si un juez pilla una denuncia falsa, se le puede caer el pelo a quien lo haga.
—Ya, pero has dicho antes que, si la hacen un viernes por la tarde, dos noches en el calabozo de la comisaría si tienes mala suerte no te los quita nadie.
—Tres noches: viernes, sábado y domingo.
—¡Qué fuerte! Cambiemos de tema, ¿qué te parece si en vez de violencia de género hablamos del maltrato animal?
—No me fastidies que tu ex maltrataba al perro.
—Vaya si lo hacía. Esperaba a que yo me fuera a trabajar, para encerrarlo en un cuarto sin agua ni comida, y así hasta la noche. Menos mal que estaba yo los fines de semana.
—A ver si me entero; antes de que te echara de casa, los sábados y domingos salías de tu piso disfrazado de ciclista con la bici al hombro y el perro y te ibas al piso de tu madre con Sonia hasta la noche. ¿Correcto? ¡Uy, perdón!
—Correcto. Y no pidas perdón, has hecho un buen uso del correcto.
—¿Y ahora que te ha echado de casa, vives con Sonia y el perro en casa de tu madre?
—Eso es.
—No sé a ti, pero a mí me parece envidiable tu situación.
—Es que ahí no termina todo. Un día sin avisar vino a verme a casa de mi madre. Sonia fue a abrir la puerta y muy educada la pasó al salón. Lo primero que me dijo fue que ya veía que me las daba de señorito con chacha y todo y que como ella también quería vivir cómodamente fuera espabilando. Me dijo que nos teníamos que divorciar, que el piso y el coche se lo quedaba ella y que le tenía que pasar mil euros todos los meses. Antes de irse, como yo salí en calzoncillos a recibirla, me señaló mi cosa y soltó “qué ridiculez, mi chico te da cien vueltas¨.
—¿Y a partir de ahí fue cuando no levantaste cabeza?
—Queda la puntilla.
—¡A ti también te gustan los toros!
—Es una expresión. ¿Puedo continuar?
—Sigue, por favor.
—Cuando bajó al portal, llamó por el telefonillo para decirme que dejaba un burofax en el buzón que había llegado a mi casa hace días: era un aviso de despedido.
—¿Cómo te iban a despedir estando de baja? No pueden hacerlo.
—Eso pensaba yo. Fui a la oficina y resulta que un compañero, vecino mío, me ponía a parir porque todos los días me veía salir con la bicicleta y el perro; los de recursos humanos tomaron nota, pusieron un detective que me hizo unas fotos, y así es como me despidieron sin indemnización ni paro. Incluso me dijeron que les diera las gracias por no denunciarme ante la Seguridad Social.
—¿Cuántos años llevaba con ellos?
—Quince. El mismo tiempo que llevaba con mi exmujer. Cuando salí de la oficina llevaba la cabeza tan pegada al pecho que me dolía el cuello.
—¿Y el romance con Sonia cuándo empezó?
—Hace poco, nada más salir mi mujer de casa de mi madre, cuando hizo ese comentario sobre mi hombría y su novio.
—Comentario de lo más hiriente.
—Pues me cambió la vida.
—No entiendo que te pueda cambiar la vida que te digan que la tienes pequeña.
—Tú escucha lo que pasó a continuación: fue cerrarse la puerta y aparecer Sonia que había escuchado a mi ex desde el pasillo y decirme que no la hiciera ni puto caso porque ella me había visto desnudo al salir de la ducha. Entonces me bajó los calzoncillos y, sin cortarse ni esto, me agarró la cola y dijo que muchos darían lo que fuera por tener un pollón como el mío.
—Eso viniendo de una dominicana seguro que es cierto, porque en su isla el que no es negro es mulato y deben de gastar buenos trastos.
—Bueno, ya verás lo que vino luego. Al sentir como me la sujetaba, tuve una erección de campeonato y sin soltarla tiró de mí hasta su dormitorio y con depresión y todo eché tres polvos seguidos.
—Joder, que bueno, sigue contándome.
—¿Qué quieres que te cuente?
—Bueno, a lo mejor prefieres no entrar en detalles. ¿Sigues acostándote con ella?
—¿Que si sigo acostándome con ella? Es un no parar. ¡Menuda mujer! Es tan guapa, con esos ojazos, esos labios, ese cuerpazo que tiene, su voz, su olor… Me gusta, me encanta, me vuelve loco. Que a uno de los dos nos entran las ganas, pues lo hacemos ahí donde toque, da lo mismo en el salón que en la cocina; andamos como conejos todo el día.
—Ahora has vuelto a mover la cabeza, y bastante.
—Claro, cuando nos lo hacemos, puedo levantar la barbilla hasta tres dedos, pero es pasar una hora y olvidar lo feliz que he sido. Tendría que estar todo el día de continuo dale que te pego para tener la mente distraída.
—No sería mal plan, pero además de acabar con la cola hecha un higo, es posible que te acabaras acostumbrando y que en medio del del asunto te volvieran a venir los pensamientos a la cabeza y te vinieras abajo.
—Mira que eres aguafiestas. Es imposible acostumbrarse a una mujer como Sonia; tienes que ver lo que hace cuando se pone encima mío o cuando me ofrece su…, su frontón: es algo precioso, majestuoso, descomunal.
—Otra vez subiendo la cabeza. Continúa, anda, que me lo estoy pasando pipa.
—Sigo: ella tiene la costumbre de liarse a mordisquitos, arañazos, cachetes e incluso, me da vergüenza decirlo, en plena vorágine a veces te mete un dedo por detrás y, como te dejes, dos.
—Qué bueno, quién me lo iba a decir de ti cuando te vi entrar; eres la segunda persona en mi vida que habla de eso. La primera fue una novia punki que tuve que decía que a los hombres nos ponía que nos anduvieran tocando atrás y la verdad es que no le faltaba razón, pero siempre ha sido tabú hablar de ello.
—¿Tú con una novia punki? No me lo imagino.
—Los años 80. Qué bien lo pasé.
—Yo nací en el 84. Pero volviendo a los temas tabú: ¿sabes lo que es un beso negro?
—Claro; me daba un poco de asco, pero es que con aquella punki…
—A mí, si estamos limpitos los dos, no me da ningún asco, aunque a veces con las prisas cuando nos da un apretón.
—¿Te refieres a un apretón de hacerse caca?
—Eso ya sería pasar a lo escatológico. Cuando hablo de un apretón es cuando nos da un “aquí te pillo, aquí te mato”.
—¿Sabes que cuando uno se echa novia o se casa deja de hablar de sexo con los demás? Pienso que es por respeto a la persona que quieres.
—Yo tengo todo el respeto del mundo a Sonia.
—¿Y la quieres?
—Otra vez estamos con tu consultorio de la señorita Pepis; claro que sí.
—Pues cuando pases de quererla a amarla, ya verás como dejas de hablar de estos temas.
—¿Tú crees que me estoy aprovechando de ella?
—¿Por qué piensas eso?
—No sé, le pago todo y a cambio la tengo a ella.
—No te confundas, antes de tenerla a ella, ya le pagabas todo. Menudo subidón de cuello te ha dado.
—Tengo que cambiar el chip y verlo de ese modo.
—Por el lado del cariño es como pienso que lo debes de ver; dos personas que se quieren y se necesitan, ¿por qué ella te quiere?
—Me lo dice a todas horas.
—Pues cada vez que te lo diga, créetelo. Que no te entre por un oído y te salga por el otro, porque te lo dirá de verdad.
—¿Y si estás equivocado?
—¿Te refieres a que esté ocurriendo al revés y sea ella la que se esté aprovechando de ti?
—Otra vez has dado en el clavo.
—¿Te ha pedido dinero alguna vez?
—No.
—Pues eso.
—¿Y si me deja?
—Siempre quedará Casablanca.
—¿Casablanca?
—La película.
—¿Qué pasa con la película?
—Olvídalo. Quiero decir que los buenos momentos por los que estás pasando con ella no hay quien te los quite, ¿te das cuenta?
—Pero es que tengo dentro de mí una sensación muy rara, es un poso de culpa que no me puedo arrancar, una idea que no me atrevo a expresar…
—Pues hale, ánimo, que hoy te estás ahorrando una pasta en psicólogos.
—Pienso que estoy sacando partido de todo lo malo que me pasa. Se muere mi madre, heredo. Mi ex me da bola, tengo a Miss Playboy a mi lado. Me echan del trabajo, yo feliz porque no aguantaba más.
—Feliz, esa es la palabra mágica. Eres feliz y te da miedo aceptarlo porque tienes sentimiento de culpa, pero culpa ¿de qué? No te doy una colleja Gregorio porque ya no tengo tu nuca a huevo; ¿has visto está tu cabeza? Ya te puedes ver en el espejo.
—Casi lo has conseguido. Tengo que reconocer que has hecho un buen trabajo.
—Cómo que casi: ¡ya no tienes canas!
—Ricardo, que hablaba de mi cuello.
—Ah, te refieres a eso. De todos modos, quiero que te mires y aprecies el buen corte de pelo que te llevas y que no se nota ni una cana.
—Sí, hasta me encuentro guapo.
—Eso ya es de tu cosecha. Yo lo soy mucho más que tú y me lo callo. Lo que no acabo de entender es por qué no has levantado la cabeza del todo.
—Lo que más me preocupa es el tema de mi ex.
—Te preocupa que te deje sin dinero, que se quede con tu casa y tu coche, y que te haya puesto los cuernos en tus narices en tu propia cama, ¿a que es eso? ¡Toma bajón que ha dado tu cabeza!
—Ricardo, es que lo has dicho todo.
—Pues ahora prepárate porque te va a dar un subidón que te va a doler el cuello cuando acabe: coge todo el dinero y lárgate con Sonia una temporada a su país. Desde hoy mismo no le pases un euro a tu mujer y manda cortar la luz, el agua, el teléfono, todo; por supuesto, no pagues la hipoteca ni la comunidad de propietarios…
—Pero ¿cómo voy a hacer eso? Perderé mi casa, ya sólo nos quedan diez años de hipoteca.
—Lo vas a hacer porque puedes hacerlo. Eso sí, habla primero con el director de tu sucursal y, aparte de dejar a cero todas las cuentas y pedirle una caja de seguridad para meter el efectivo que no te vayas a llevar fuera, le explicas lo que vas a hacer y por qué y le dices que cuanto antes comience el acoso con las llamadas telefónicas, telegramas, requerimientos de embargo y demás, antes tu mujer se pondrá las pilas y querrá vender el piso. Tampoco pagues la comunidad de propietarios, que os pongan en la lista de morosos y se enteren todos los vecinos. Por cierto, ¿tenéis seguro médico?
—Yo no, pero ella sí y aún no sé cómo es que no la han echado: todos los meses va al podólogo y al psicólogo, a este último dice que por mi culpa. Al ginecólogo y al dentista por lo menos una vez al año. Al fisio cada dos por tres: cuando no es por la espalda es el cuello, si no es por un hombro es por la rodilla. Es una hipocondriaca de cuidado, que si un día le sale un lunar, que si al otro una mancha en la nariz, que si tiene ardor de estómago, que si tiene gases…Una pregunta: ¿tu mujer se tira pedos delante tuyo?
—Debo de tener cara de tener una mujer que se tira pedos porque si no no me lo explico.
—¿No es la primera vez que te lo pregunta un cliente?
—Esta misma semana, pero no se refería a los cuescos, él hablaba de los pedos vaginales.
—¡Qué bueno! Menudas conversaciones tienes con los clientes.
—Pues tú hoy te llevas la palma.
—La Palma de Oro, la Concha de Plata, el Oso de Oro…
—Ya sólo te quedan los Oscar. Pero siguiendo con lo de antes, ¿es que tu mujer se peía delante tuyo?
—Vaya si lo hacía, se tiraba unos pedos de una fetidez insoportable, cuando veía que el perro se iba de mi lado, era porque mi mujer se había ahuecado. Y en la cama me gaseaba a conciencia, ahí se pasaba más porque se hacía la dormida y no le importaba que sonasen; más de un día me he despertado por el estruendo y el mal olor. Si alguna vez te sucede y te quedas tumbado, te aconsejo que no sacudas las sábanas para ventilar, porque te vendrá todo el tufo directo de golpe a la cara, lo mejor es echar el cierre a la colcha por fuera sacando los brazos.
—Estás hecho un experto.
—Quince años aguantando a una pedorra, eso sí, en todo el tiempo que estuve con ella nunca admitió haberse titado un pedo.
—Volviendo a lo del seguro médico, ve hoy mismo a cancelarlo. Ya verás que sorpresa se va a llevar cuando le pasen la tarjeta en la primera consulta que tenga.
—¿Y qué hago con el coche, se lo digo a la financiera? ¿Y el seguro? Se renueva el mes que viene.
—No hace falta que hagas nada; ya sabes, a cero las cuentas. A tu regreso de la República Dominicana todos a los que les debas dinero te van a recibir con los brazos abiertos. Tu mujer, que se va a quedar más tiesa que un boquerón, también estará deseando que vuelvas. ¿No habéis firmado un acuerdo de separación ni nada por el estilo?
—No, si no ha pasado ni un mes desde que tocó el timbre para decirme lo del divorcio.
—¡Pues te ha tocado el gordo! ¿Te das cuenta por qué?
—Lo estoy viendo claro como el agua, me estás diciendo que no pasa nada, que no hay ningún problema por dejar de pagar: quieres que me embarguen la casa, que se queden con el coche…, no pagar nada a mi mujer… Mira como tengo el cuello, solo le falta un toque.
—Será porque te queda algo dentro.
—Puede ser… No tengo esa seguridad tuya en asuntos legales. ¿Qué pasa si mi ex me mete en pleitos?
—¿En qué pleitos te va a meter? Legalmente no estáis separados, ponerlo en manos de un abogado es farragoso, lleva tiempo y para empezar con los trámites tiene que ir con el dinero por delante.
—Vaya Ricardo, sí que eres un tipo peculiar, pasar de peluquero a asesor sentimental y de ahí a asesor matrimonial, haces de psicólogo, asesor financiero, abogado y confesor… Fíjate, ¡ya he levantado la cabeza del todo! ¡Dame un abrazo, Ricardo!
—Espera, quédate sentado, que ahora mi versión de representante sindical: quiero que vayas a por tus jefes; recuerda que estando de baja no te podían echar.
—¿Y las fotos con la bici?
—Hacer ejercicio lo recomiendan para la depresión. Habla con tu médico de cabecera y dile que te han echado del trabajo por montar en bicicleta estando de baja; pídele un informe médico en el que figure tu diagnóstico, la medicación que estás tomando y la conveniencia de hacer ejercicio físico a diario, dile que es para presentarlo en el juzgado. Si además dice que los soponcios, no sé cómo dirá en términos médicos, pueden influir negativamente en la evolución de tu enfermedad, mejor que mejor. Creo que se pondrá de tu parte y no tendrá problema en dártelo.
—Seguro que me lo hace, es muy buena persona: cuando le dije que mi madre había muerto fue muy cariñoso conmigo. Con lo de la baja siempre me ha apoyado y está al tanto de todo lo que me ha sucedido después. Es más, él fue el primero que me dijo que no podían echarme estando de baja.
—Pues a por tu empresa: indemnización por despido improcedente y haber agravado tu estado de salud, además de derecho al paro.
—Pido hoy cita médica. ¿Sabes que me olvidé las pastillas en mi antiguo piso y no las he echado de menos?
—Ni las echas de más. (suena la canción de “Te echo de menos” de Kiko Veneno) Si las hubieras estado tomando, no habrías podido echar tres palos seguidos en tu acto inaugural.
—A mi Sonia no hay suficiente fluoxetina ni trankimazín en este mundo que se le resista.
—¡Mira, ya puedo echar la cabeza para atrás!
—Fíjate cómo se va a poner tu chica cuando te vea, Gregorio. Ahora ya te puedes levantar y darme ese abrazo.
—¡Claro que sí! Ayer salí de aquí casi llorando y hoy lo voy a hacer sin el casi.
—Cuidado con ese cuello.
—Lloro de felicidad. ¿Sabes que también se llora de gusto?
—Nunca me ha pasado ni lo he visto, pero te creo.
—Ricardo, ¿te das cuenta de que además de lo de la cabeza me has resuelto la vida?
—Tu problema de la cabeza lo tenías dentro de ella y tú te has dado cuenta de ello. Tampoco te he resuelto la vida, la vas a resolver tú con lo que vayas a hacer cuando salgas por la puerta.
—Bendita la hora en que entré ayer a cortarme el pelo. No veo el modo de pagarte lo que has hecho.
—Yo sí.
—¿Necesitas dinero?
—No, pero cuando os marchéis fuera, si no tenéis a quien dejarlo, me gustaría que me regalarais el perro.
—Lo hablaré con Sonia y si está de acuerdo, con todo el dolor de nuestro corazón, mañana mismo el perro es tuyo.
© Pedro Moreno. Octubre 2023. Todos los derechos reservados.
Quiero un Ricardo en mi vida!!! Jajajajaja
Magníficos ambos relatos, cuánta genialidad!!