FALTABA MÁS IV – El Magnate

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—Toda la vida trabajando para crear un imperio, me miro al espejo y qué veo, veo a un viejo —dice el cliente al peluquero.

—Don Julián, yo lo que veo es a un padre de familia que mantiene a tres mujeres y doce hijos. Y a un empresario que da empleo a cincuenta mil trabajadores.

—Lo sé, Ricardo, lo sé. Pero ¿qué hago yo con estas arrugas?

—No son arrugas, lo que tiene es la piel curtida por el duro trabajo.  Le sugiero que pruebe esta crema que me acaba de llegar. —El cliente hace un gesto afirmativo con la mano y el peluquero la guarda en una bolsa.

—Se dará cuenta de que me han salido canas.

—Y muchas. —El cliente da un respingo—. No se alarme, Don Julián. Piense en que cada cana puede que se corresponda con un éxito de los muchos que ha logrado a lo largo de su vida.

—Qué adulador es usted.

—Qué va; lo que digo son realidades. —Se acerca el peluquero a un armario del que saca un frasco —. Quiero que se aplique este tinte, totalmente natural y ecológico, todos los días cinco minutos antes de la ducha: las canas desaparecerán, que no los éxitos. Y quiera Dios que acabe con el pelo totalmente blanco.

—Para que en vez de por frascos, le compre el tinte por garrafas —le corta el cliente.

—Uy, este producto es muy exclusivo y, lo reconozco, no es barato. Como ocurre con los buenos perfumes, no se vende a granel.

—Y para la calvicie, ¿también tiene un remedio? No me puede negar que cada vez pierdo más pelo.

—Les ocurre a todos los grandes hombres, Don Julián: es el peso de la soledad. Para la alopecia no hay cura, salvo el implante. Mi consejo es éste: échese una novia y ya verá como el amor y esta loción que le voy a mostrar, importada de Turquía, frenarán la caída del pelo. —El peluquero va a la trastienda y aparece con una caja bastante grande.

—¡No me fastidie, Ricardo! Ahora me vende los frascos por cajas.

—No son frascos, son ampollas. Dentro de la caja van cuarenta y ocho; aplique sobre el cuero cabelludo una por la mañana y otra por la noche. Yo de usted me llevaría dos cajas, así ya tiene loción hasta el próximo corte de pelo.

—Ricardo, usted no tiene freno. Menos mal que me he traído el coche. — El corte de pelo ha terminado y saca la cartera para pagar. Antes de entregar la tarjeta al peluquero, le pregunta —: ¿No me dirá que también tiene un remedio para esto? Si lo tiene, le doblo la propina. —El cliente se palpa la papada y estira de la piel que le cuelga como a un gallo.

—No se preocupe por ello Don Julián, la papada es común entre los grandes empresarios, banqueros y estadistas; fíjese en Amancio Ortega, Emilio Botín o Winston Churchill. Es un rasgo de empaque, autoridad y señorío. —Se queda un momento pensando el peluquero para ganarse la propina extra y dice—: ¡Ya lo tengo! —Abre un cajoncito y saca tres pincitas de las que usa para ajustar las sábanas a los clientes y se las pone, sin pedir permiso, bajo la barbilla del cliente—. ¡Volià, ya no hay papada!

—Si no fuera porque le conozco desde hace años, diría que me está tomando el pelo y no me venga con eso de que es lo propio de su profesión. Tome la tarjeta y cóbrese con propina triple.

—Muchas gracias, Don Julián.

—A usted, Ricardo. Cuídese.

—¡Las pinzas! — grita el peluquero cuando ya está el cliente en la calle.

© Pedro Moreno. Septiembre 2023. Todos los derechos registrados.

 

 

5 COMENTARIOS

  1. Cómo es habitual en los relatos de Pedro, texto pulcro y cuidadosamente escrito. Siempre ameno. A la espera del siguiente.

  2. Estos relatos cortos me entusiasman, son de una genialidad increíble.
    Gracias Pedro, esperando con ansia el siguiente.

    • Muchas gracias por tu reseña. Espero que haya muchas más historias de Ricardo el peluquero. Un abrazo.

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