LA NORMALIDAD

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Pedro Moreno—

—Hoy nos presenta Pit a su nueva novia. La trae a comer —me dice mi mujer.

«Pienso en su anterior novia y en lo buena que estaba; se la trajo una vez a darse un baño a la piscina de la urbanización y se puso un tanguita blanco que era el centro de atención de los cuatro cincuentones que estábamos jugando en ese momento al mus en el chiringuito de la urba; qué pedazo de mujer, unas magníficas redondeces tostadas por el sol, separadas por un hilillo, formaban su culo cuando se agachaba a coger la toalla después del baño. Y el pecho firme y poderoso, como diciendo aquí estoy yo. Y era guapa de cara, sí que lo era, sí. No sé por qué lo dejaron. Aún ahora a veces me hago una manola pensando en ella; cuando se lo digo a mis amigos, se descojonan, pero a mí me da igual, ellos también se hacen manolas, pero no tiran de la imaginación como hago yo, tiran más de internet. Todo esto no se lo puedo contar a Laura porque si no me daría con el rodillo en la cabeza, a ver si se me arregla, bueno, y me dejaría a dos velas por el resto de los tiempos, vamos que no podría volver a tocarla. Mi mujer también es guapa, vaya si lo es, y a sus 55 años está buena, y en la cama es una fiera, y la quiero mucho, ¡eso!»

«Noto que cada vez se va más la olla, no sé si serán los años o que me levanto con unas resacas de órdago, cómo me cuesta arrancar por las mañanas. Ahora estoy en el sofá leyendo la prensa en el móvil y tomando el primer vino, a ver si arranco; tenemos el aire puesto, hacer calor fuera, se me van cerrando los ojos, vuelvo a pensar en la ex de Pit, me empiezo a encontrar a gusto.»

— Aquí están, ve a abrir. —Me despierta el timbre. Miro el reloj, ha pasado una hora.

«Cómo disfruto de estas siestas mañaneras. ¿Y Pit por qué no coge las llaves de casa? Me toca los huevos que se deje las llaves y tenga que levantarme a abrir; bueno de todos modos me tendría que levantar igual para recibir a la novia.»

Abro la puerta y ahí están los dos, primero pasa mi hijo. «Ya estamos con la mala educación o a lo mejor no: puede que sea de machistas lo de las damas primero». Les hago pasar al cuarto de estar y miro a la novia por detrás: pelo castaño recogido por una goma, cuello delgado como el resto del cuerpo, brazos largos descubiertos, vestido entallado de color claro que marcan una bonita cintura pero que no deja adivinar cómo es su culo y cuando bajo a sus pies ¡horror!: lleva botas de soldado. Viene mi mujer corriendo y comienzan las presentaciones, la novia se llama Pal. Pit nos presenta: Laura, su madre y Pit, su padre, como él. Tenemos preparado un aperitivo, ofrezco vino, que rechazan; prefieren cerveza salvo Laura que siempre toma agua. Yo me sirvo una copa mientras Pit va a la nevera. Dejamos a los chicos que se sienten en el sofá y nosotros lo hacemos en las sillas, frente a ellos y el aperitivo en medio, en la mesa de cristal.

—¡Que comience la fiesta, a la carga! —digo para romper el hielo—. Probad el jamón, está buenísimo: es de los Pedroches.

—Pit, tu padre llevaba hora y media dormido, hasta que habéis llegado.

«Laura tiene la costumbre de decir a todo el mundo lo que hago o dejo de hacer, sobre todo si a su juicio es algo malo, de este modo reprocha mi comportamiento delante de la gente y consigue algún comentario, como si lo viera.»

—¿Y duermes bien por la noche? —salta Pal la primera.

«Recién llegada y ya me pregunta si duermo bien. ¿Qué le importará si duermo bien o no duermo bien? Me fijo en su cara, no es fea ni especialmente guapa. Le miro la oreja derecha y otra vez ¡horror!, lleva dos piercings y otro pequeñito en la nariz. ¿Llevará uno en la lengua? Pienso en cochinadas.»

Me sirvo un vino, no ofrezco que ellos me han dicho que no toman.

—Qué va, si se hecha después de comer otra siesta, y por la noche duerme de un tirón, salvo por las veces que se levanta para ir al baño. Ya sabes está de la próstata.

«¡Ole!, ahora le toca el turno a mi próstata. Por qué no hablará ella de su salvaslip y de las pérdidas de orina y de otros flujos.»

—Bueno Pal, y tienes que oír cómo ronca. Hace la moto: rrrrrrrrrrrrrrrrrrr. Es una pasada, se le oye desde mi habitación.

«Ahora le toca el turno a Pit. Me estoy poniendo malo.»

—Cambiando de tema. Tú, Pal, ¿no serás militar? Lo digo por lo de las botas.

«Con esto seguro que dejamos de hablar de mí».

 —No, qué va. Soy camarera. He estudiado Filosofía y Letras y ahora estoy con el doctorado.

—Presenta la tesis el próximo mes. No veáis cómo se lo ha currado —dice orgulloso Pit.

—¿De qué va la tesis? – pregunto por preguntar.

—Se va a llamar: “El pecado y La Ciudad de Dios”. Trata de como san Agustín…

«No tengo ni idea de lo que cuenta y Laura creo que lo mismo», pero la miramos como sumo interés. Pal habla de su piso compartido, de lo bien que se portan en el restaurante donde trabaja, de lo duro que es estudiar por la noche.  Laura le cuenta nuestra vida y ella le cuenta la suya, la de su familia, Pit sonríe a todo y a todos, los elogios al jamón y a las patatas fritas se repiten. Yo sigo con dándole al Ribera: ¡ese sí que está bueno! Empiezo a estar pedete, pero me aburro.»

—Qué casa tan bonita tenéis; la verdad es que es un lujo vivir en el centro de Madrid.

«Peligro, peligro: a la novia le gusta nuestra casa; me la imagino, con sus piercings y sus botas de soldado, dentro de veinte años instalada en nuestra casa con Pit, cuidando de Laura y de mí, dos viejecitos peleles …»

—Pit padre, ¿te pasa algo?  —me mira mi mujer preocupada—. Enséñale la casa a Pal, hijo. —La coge Pit de la mano y se la lleva por el pasillo.

—¿No irán a echar un polvo? —digo por lo bajinis.

—¿Tú eres idiota? ¿Y a qué ha venido eso de si es militar? Te quedas calladito, ¿vale? ¿No estarás ya puesto? ¡Te has bebido una botella!

—Tranquila, ya estaba abierta. Voy a por otra: me paso al Rioja. —Le doy un beso en la frente a Laura y casi me caigo encima de ella; si que voy un poco tocado.

Cuando regreso de la cocina con el vino abierto están ya sentados. Hay un silencio incómodo, tengo esa sensación de cuando llegas a un sitio y la gente se calla porque han estado hablando de uno.

—¿Estabais hablando de mí?

—No, no, no— responden los tres a la vez.

—He cambiado el Ribera por el Rioja, que irá mejor con la comida; ¿queréis probarlo?

—No papá, ya sabes que no tomamos vino.

—Pues hoy he leído un artículo —continúo— en el que dice, que a los chavales en el colegio, gracias este gobierno que tenemos, se les enseña que la homosexualidad es algo normal. A este paso lo anormal será lo normal y lo normal será lo anormal.

Laura me da una patada por debajo de la mesa. Pit hace bolitas con la miga del pan; parece nervioso. Y Pal me mira seria. Parece que he dicho algo inconveniente.

—¿Para ti quién define lo que es normal y lo que no lo es? —me pregunta Pal.

—Pues la mayoría —respondo—, si cuatro de cada cien personas son homosexuales, se salen de la normalidad y por tanto son anormales, que no unos anormales. —Me río de mi propia gracia. Noto que seis ojos me fusilan.

—Perdona que te corrija —me dice la novia subiendo el tono de voz—; el concepto de normalidad no se puede medir en términos absolutos como tú lo haces. Por ejemplo, desde que he llegado te has bebido cinco copas de vino, eso en términos absolutos significa que te has bebido casi una botella de vino en hora y media, y tú qué opinas, que eso es normal o que es anormal. Para la mayoría de la gente no es normal por lo que tu serías anormal, que no un anormal. ¿Ves por dónde voy?

«¡Será hija de puta! No sé si me está vacilando, si me está diciendo que soy un borracho o las dos cosas a la vez.  Me ha hecho un lío de cojones. Cómo me ha llevado al huerto la muy zorra. Me ha dado donde más duele. Le tengo que decir algo, tengo que cambiar de tema. Y tengo la cabeza espesa, no tenía que haber cambiado del Ribera al Rioja.»

—Sí, sé por dónde vas, pero no me gusta la comparación que has hecho nada de nada. ¿Qué tendrá que ver lo que yo bebo con la homosexualidad? De hecho, Pal, me siento un poco molesto contigo, por no decir mucho…

—Pues no te sientas molesto, no es nada personal, sólo he explicado por qué cuando hablamos de normalidad se hace referencia a lo que es relativo y que no es medible en términos absolutos. ¿A que, para ti, tus amigos, tu familia, es normal verte beber cinco vinos en el aperitivo?

—Pues sí, lo reconozco.

—¡Ahá!, en otro entorno pensarían que tienes un problema con el alcohol. ¿Ves cómo es relativo?  Y, otra cosa, la normalidad tampoco es objetiva, es subjetiva, porque tú para mí ahora estás sobrio, pero otra persona puede pensar que estás un poco borracho.

—Vale ya con tus ejemplos, ¿te parece? —la interrumpo.

«Esta niña me cae mal, es una lista. Laura y Pit no pierden detalle de lo que dice».

—Ya acabo, solo quiero decir que la normalidad es un concepto relativo y subjetivo, y la homosexualidad es normal y como tal ha de ser explicada en los colegios.

—Vamos que si veo a un negro por la calle es normal, igual que si veo a un manco, a un ciego o a un cojo.

—Pues sí, aunque ahora es a mí a la que no le gusta nada el ejemplo que has usado. Creo que quieres poner en un mismo nivel a los homosexuales y a los discapacitados.

—Pues mira lo que has hecho antes, has comparado a los gays con los alcohólicos. Fíjate en menudo charco te has metido. —Cojo la copa de vino y me la bebo de un trago.

—Dale, dale —me dice mi hijo. Todos se echan a reír y con la broma la tensión parece que desaparece.

 A partir de ahí la charla discurre muy animada entre ellos tres. Yo me quedo callado, rumiando: «no sé por dónde coger lo que me ha dicho esta niñata, si no estuviera tan pedo podría razonar, pero es que no sé ni lo que me ha dicho. Tengo la impresión de que ha dicho que soy un borracho. Y ellos ahí tan contentos, charlando, riendo, como si yo no estuviera presente.»

—¿Qué te ha parecido Pal? — me pregunta mi hijo cuando las mujeres se levantan a por el postre.

—¿Te soy sincero? Ten cuidado con ella, tiene el colmillo retorcido y te puede traer por la calle de la amargura. Además, no sé cómo has permitido que dijera esas cosas de mí.

—Pero si no ha dicho nada; lo del vino sólo era un ejemplo.

—¡Pamplinas!

—¿Qué pasa aquí, no estaréis discutiendo? —Laura corta la conversación, pone el postre sobre la mesa y propone un brindis por Pal y su doctorado. La novia al igual que el vino me salen ya por las orejas.

Hemos terminado el café y cuando nos vamos a levantar, Laura nos sorprende con que nos tiene que decir algo; se ha puesto muy seria. Creo que ha esperado al final para darnos una mala noticia. Estiro el brazo y le cojo de la mano. Ella me la aprieta fuerte y me mira con pena. Se le escapa una lágrima. «¿A que tiene cáncer?»

—Lo siento —dice mirándome a los ojos—, pero es que si no lo digo reviento.

—Mamá, tranquila, ¿te pasa algo? —Pit parece preocupado; yo también lo estoy.

—No me pasa nada, no es eso, yo estoy bien. Pero Pal, lo que has dicho antes sobre la normalidad, el vino y mi marido no me ha parecido nada bien.

—¡Ésa es mi mujer! —grito entusiasmado. «Creo que me he pasado, pero es que me he puesto muy contento: por fin alguien que me defiende. Y lo reconozco, estoy bastante borracho.»

—Siento si os he molestado, lo siento mucho. —Parece avergonzada—. No sé qué hacer ni qué decir. ¿Me marcho?

«¡Vete, vete, que ya iba siendo hora! Me estáis poniendo la cabeza como un bombo y odio ser el tema de la conversación. Me quiero echar la siesta ¡pero ya! y terminar con esta comida que se me está atragantando.»

—Tú te quedas y escucha. Cuanto has dicho sobre que la normalidad es relativa y subjetiva, refiriéndote a los vinos que se toma Pit padre —me coge de la mano de nuevo —, no es cierto. Se ha bebido él solito más de una botella de vino y antes de que se acueste por la noche, caerá otra y así ocurre todos los días; ¿verdad, hijo?

«¡Pero de qué va esto! ¡Menuda encerrona me está preparando!»

—Verdad —le contesta Pit a su madre. Y ahora va a por mí: —A parte del daño que te estás haciendo a ti mismo, no piensas en el daño que nos haces a nosotros; es triste ver cómo llegas todos los días medio borracho.

—Ahora que lo pienso tenéis razón —interrumpe Pal que va a su aire y solo se escucha a si misma—, lo que es normal en cuestiones de salud se puede medir en términos absolutos, por ejemplo, los resultados de una analítica …

«Qué impresentable la tía esta, sigue metiendo baza. ¿Cómo se dice? Lo tengo en la punta de la lengua: ¡cagasentencias!, eso es, ¡la novia de mi hijo es una cagasentencias! Pero, me estoy desviando, me acaban de decir que soy un borracho y que les estoy haciendo daño. ¡Yo, que soy un bendito, que me preocupo por ellos, que los quiero con locura y les doy todo lo que necesitan! Además, ¿cómo es posible que un alcohólico como yo dirija una agencia de viajes? Si lo fuera, no podría llevar mi negocio, que por cierto va viento en popa. ¡Yo paro esto!»

—¡Iros a la mierda! ¡Todos! Y tú la primera —señalo a Pal—; ¿sabes lo que eres? Una cagasentencias con el colmillo retorcido, una majadera de tomo y lomo, una filósofa de pacotilla…

Todo digno me levanto de la mesa, tropiezo con la silla y me tengo que sujetar para no caerme. Acabo de perder la dignidad. Corro por el pasillo al dormitorio y doy un portazo. Me tumbo en la cama boca abajo. Espero a que venga Laura, pero no viene. Pasan los minutos. Sigue sin venir.

La rabia en Pit padre da paso a la amargura con una mezcla de remordimiento.

«¿Si tienen razón? Yo sé que la tienen, para qué engañarme. Todos los días caen un par de botellas: ¡que se lo digan a mi cartera! Y todos los días me cojo dos chispazos: lógico, a uno por botella. Pero de ahí a decir que soy un borracho; antes la niñata esa lo ha dejado bien claro: no es lo mismo emborracharse que ser un borracho. Y qué pedo tan tonto me he cogido; ha sido por culpa de esa impresentable que me ha puesto de los nervios. Qué escena he montado. La novia parecía la fiscal, Laura y Pit, el jurado, y yo, el acusado; ahora que caigo, ¿dónde estaba la defensa? Un juicio sin defensa es un juicio nulo. Creo que vamos a tener que archivar el caso. Juicio nulo, caso archivado, todo olvidado. Soy un crack. Me estoy quedando sopa; ¡qué siesta me voy a echar.»

—¿Qué le ha pasado? —pregunta Pal con lágrimas en la cara.

—No te preocupes niña, lo que pasa es que, siendo objetivos, Pit padre está borracho —responde Laura—.  Y, otra cosa, la homosexualidad, la mires como la mires, es normal. Como diría mi marido, no te hagas pajas mentales.

© Pedro Moreno. Setiembre 2023

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Madrid, 1965. Licenciado en Ciencias Empresariales por la Universidad Autónoma de Madrid. Empleado de banca hasta 2018. Actualmente prejubilado y profesor de español para personas inmigrantes sin recursos. Ha compaginado la vida laboral con la actividad de cooperante internacional y voluntariado para diversas instituciones. Como escritor ha ganado los concursos de relatos del Pregón de la Moraña (Hernansancho, Ávila) en 2001 y de microrrelatos de la Feria del Libro de Madrid en 2015, sin haber publicado ninguna obra hasta el momento.

2 COMENTARIOS

  1. Según lees e imaginas lo leído, te asalta una carcajada. Así varias veces en ten corto relato. Desternillante! Pedro en modo Samuel Beckett.

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